Tregua (relato)

9 12 2008

Algunos de vosotros ya sabéis que hace bien poco me han publicado un relato breve. Es la primera vez que me publican algo y no es posible describir la emoción que sentí al tener un ejemplar en mis manos, con mi relato impreso y mi nombre en él.

Se trata de una recopilación que anualmente hace Editorial Club Universitario, a través de la Asociación de Libreros de la provincia de Alicante, con motivo de la Feria del Libro. La idea de esta publicación es fomentar y dar oportunidades a escritores noveles de la provincia, con una selección de relatos brevísimos (3 hojas como máximo), en la que se alternan relatos de escritores más o menos consagrados de Alicante con los de autores inéditos que desean hacer sus pinitos en esto de la literatura.

La edición de este año está compuesta por 104 relatos y se titula «Relatos Urbanos 2008: Un Libro Llamado Deseo» (Alicante, Editorial Club Universitario-E.C.U., ISBN 9788484546696), y está a la venta en las librerías asociadas de la provincia, El Corte Inglés y la Fnac, así como en varias librerías virtuales. Os dejo la portada y el vínculo a la ficha del libro en la web de la editorial.

Como lo que me hace ilusión es que lo leáis y os guste, no os voy a remitir al libro. Os dejo el texto íntegro con el deseo de que os guste y os transmita al menos la mitad de la intensidad que para mí supuso parirlo. Si no es mucho pedir, espero críticas, tan constructivas como destructivas os pida el cuerpo. Sed sinceros.

Ah, en el libro aparece como «La Tregua», que es como lo titulé en primer lugar. Con el paso de los días me gusta más «Tregua». Así de paso evito odiosas comparaciones con el maestro Benedetti, 😉

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TREGUA

Decidí acudir a un psicólogo cuando el suicidio dejó de ser ese romántico y fugaz pensamiento que todos hemos tenido en alguna ocasión, y se convirtió en un recurso cada vez más frecuente de mi mente, anudado a ideas de paz y respuesta.

Como el subconsciente es más práctico que la consciencia y mi lado consciente se pierde en disquisiciones fútiles, para tratar de encontrar qué me falla por dentro opté enseguida por todos los tópicos. Me decanté por un minimalista diván de piel que debe de costar mi sueldo de seis meses, tras el que un argentino que quedara fuera de mi campo de visión me trepanase dialécticamente. Después de un par de meses de terapia a base de preguntas aparentemente poco esclarecedoras, me propuso como tratamiento la hipnosis regresiva. Acepté de inmediato. La expectación de saber a qué parte de mi existencia me llevaría cada viaje me resultaba de lo más inquietante; más aún que la idea del suicidio, lo que ya suponía un pequeño avance.

La primera regresión fue bastante decepcionante para mi subconsciente. Aparecí a la tierna edad de once años, desnudo sobre la alfombra de pelo grueso del salón de casa de mis padres y descubriendo mi sexualidad a base de sentir el contacto de ese tejido contra mi cuerpo. Un recuerdo intenso pero inútil a estas alturas. Tras los prolegómenos técnicos que hacen las veces de billete para el viaje, comienza la segunda sesión una semana después.

No respiro. Me envuelve una líquida oscuridad en la que lo primero que oigo es el frenético latir de mi corazón, tan rápido y fuerte que me noto temblar de arriba a abajo a su compás. Pese a ello, la descomunal sensación de claustrofobia da paso rápidamente a la mayor serenidad que haya experimentado nunca. No tengo la menor idea de dónde estoy y dudo de si no me habré colado en regresión ajena, sin saber exactamente qué es lo ajeno. Toda esa incertidumbre dura apenas unos instantes, hasta que lo oigo. Mi cuerpo vibra como la piel de un tambor al son de mis latidos y sin embargo la oscuridad húmeda que me rodea palpita bajo otro ritmo mucho más pausado. Ambas vibraciones, tan diferentes en su cadencia parecen seguir en cambio un patrón fijo, perfectamente acoplado; igual que dos personas que se tumban carne con carne y el ritmo de sus respiraciones se va ajustando, poco a poco, hasta ser consonantes.

Es el corazón de mi madre.

Sintiéndolo, al tiempo que nado en ese mar amniótico, me invade una calma olvidada y me dejo mecer por la casi ingravidez. Hace demasiado tiempo que los intentos de mi lado consciente por dejar mente y cuerpo en blanco se ven frustrados por el estruendo de mis demonios cotidianos, que sobre todo últimamente no me dan respiro. Y ahora -o mejor dicho entonces- están siendo ahogados momentáneamente por la paz que me brinda este vientre. No puedo desaprovechar esta tregua.

Paladeo el sosiego durante un lapso que soy incapaz de medir y, mientras, caigo en la cuenta de que el goce de esta quietud mental ha hecho que ni siquiera me plantee mi fetal corporeidad. Me muevo constantemente, pero mis movimientos son extremadamente limitados, sin poder siquiera abarcar el espacio que me rodea. A duras penas soy capaz de girar sobre mí mismo en vaivenes aleatorios, y con ellos vuelvo a dejarme llevar por la serenidad.

Mi mente encuentra el blanco y me adormezco bajo la cadencia de los dos latidos.

Y sucede.

Sin previa orden, como si pretendiese involuntariamente explorar territorio ignoto, mi rodilla derecha abandona su flexión y se mueve bruscamente, provocando que la pierna se extienda en una longitud que me parece infinita, hasta que encuentra el límite. El pie golpea con fuerza la pared de la bolsa, se retrae y la rodilla vuelve a contraer la pierna hasta su punto de partida, dejándome exhausto por la hazaña. Con ello, se provoca la sensación más hermosa que he tenido en mi vida: los latidos de mi madre se disparan, acercándose en su cadencia al compás de los míos pero sin llegar a igualarlo. Por un instante se produce el quiebro del ritmo de ambos y comprendo que acabo de dar mi primera patada. Revivo, pues, la primera manifestación directa de mi presencia en el exterior y, desde dentro, siento la emoción provocada. Puedo imaginar perfectamente una o dos manos sobre el vientre, acariciándolo en busca de un nuevo movimiento que no llega ahora, pero que aparecerá a buen seguro. Paciencia, les digo.

Lentamente vuelve la calma. Las palpitaciones recuperan su natural diferencia de frecuencia y se van acoplando tranquilamente en su diversidad, al tiempo que de nuevo me olvido de lo corpóreo. Me dejo mecer y caigo en un profundo duermevela.

Abro los ojos y no sé desde dónde vengo. Ahora se lo preguntaré al argentino, a ver qué ha sucedido. Sea desde donde sea, siento calma; tanta que me asusta. Justo antes de comenzar el viaje, incluso con los ojos cerrados, tenía a uno de los demonios gritándome por dentro y, de momento, no hay ni rastro de él ni de los demás. Tampoco asoma ninguno nuevo, que todo puede pasar. A estas alturas de lo que menos me fío es de mi cabeza. Espera… Creo que uno se acerca. Sí, aquí está. Es el que más ha venido a verme en las últimas semanas pero lo noto cambiado, algo más manso. No parece ni la sombra de lo que era.

El argentino me ayuda a racionalizar a qué parte de mi vida se corresponden las sensaciones que tengo nada más despertar. Tardo en asimilarlo. Alguna vez había oído que esas regresiones tan remotas se habían dado, pero ante ellas siempre me he mostrado tan escéptico como cuando escucho hablar a los que han visto la luz que precede a la muerte y volvieron para contarlo. Sigo extrañamente sosegado. Durante la explicación del psicólogo, los demonios han seguido apareciendo en flashes, aunque más calladitos, como niños bien educados que no quieren interrumpir a los mayores cuando hablan. Siguen aquí y es seguro que tarde o temprano volverán a chillarme. Decido pues que volveré durante una temporada al diván, a ver si el argentino encuentra la tecla adecuada. Mientras tanto, esperaré regresar en uno de los viajes a ese sitio que ha conseguido bajarle el volumen a mis demonios. Aunque vuelvan con refuerzos.

El suicidio sigue, de momento, aparcado.

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Gracias a la Editorial y a su director, José Antonio López Vizcaíno, por publicarlo. Y todo mi agradecimiento a Sonia Gonzálvez, escritora alicantina y autora del prólogo de esta edición. Sin su inestimable apoyo no me sentiría hoy un poquito escritor.

P.S.: Disculpas por tener tan abandonado el blog. Trato de dedicar el escaso tiempo libre que me deja el curro a M. (eres una santa) y a la novela que tengo empezada.

No sé por qué leches los dos últimos párrafos del relato se me desconfiguran y no aparece la tabulación. Tiquismiquis que es uno.

Más P.S.: Ni que decir tiene que el relato está registrado como parte del libro y, como tal, está protegido por las normas de propiedad intelectual. Cuidadín con el plagio y la reproducción total o parcial, sobre todo sin consentimiento y sin citar autoría y publicación.





Ha muerto Fernán-Gómez

21 11 2007

Hoy nos ha dejado a los 86 años Fernando Fernán-Gómez, tal y como le han definido en el día de hoy, uno de los grandes personajes de la cultura española de la segunda mitad del siglo XX.

 

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Un renacentista (escritor, dramaturgo, actor, director, guionista, académico…), el hombre de vitrubio de las artes españolas, con cada una de sus extremidades apuntando a y dominando una disciplina artística diferente. Un humanista. Un genio al que mucho imbécil en este país ha querido demonizar tanto por su orientación política como por su carácter (los que le han conocido y querido dicen que la imagen que se ha creado de él como hombre malhumorado e iracundo es absolutamente falsa).

Una poderosa voz que manaba de uno de los interiores más ricos que ha habido en este país en los últimos 100 años. Premio Príncipe de Asturias de las Artes, Oso de Honor en la Berlinale, Premio Donostia, 7 Premios Goya (película, director, guión original, guión adaptado, protagonista, dos veces, y secundario… no ganó el de actriz probablemente porque nunca se lo propuso), fabuloso escritor. Y para mí, además y por siempre, la voz de Don Quijote.

Me encantaría tener algo más de tiempo para que este pequeño recuerdo diese más de sí. Lamentablemente el trabajo me está devorando estas últimas semanas. Así las cosas, mejor será que él mismo nos muestre su excelencia: una escena verdaderamente antológica de su maravilloso Conde de Albrit (El Abuelo, José Luis Garci, 1998), icono ya de la historia del cine español.